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jueves, 2 de septiembre de 2010

La venganza de la xana Caricea

En tiempos de la invasión romana en la península ibérica y de las Guerras Cántabras, dos líderes del ejército invasor --el legado de Lusitania Publio Carisio y el legado de Hispania Citerior Cayo Antistio Veto-- penetraron con sus legiones en la Asturias Transmontana (la actual Asturias), trabando con los pobladores de esas tierras una gran batalla, haciéndoles huir finalmente hacia la cuenca del río Nalón.
Cuenta una leyenda popular que el romano Carisio --alejándose de su camarada Antistio-- remontó con sus hombres el río Narcea hasta cerca del Monte de Hermo. Enamorado del colorido de aquel paisaje, el caudillo romano sintió deseos de dar un paseo por la campiña cubierta de robledales y hayedos.


Un día, mientras su tropa descansaba, marchó solo por un camino que conducía al lago Noceda; paseaba distraído entre la fronda, cuando distinguió por allí cerca la figura esbelta y luminosa de una mujer hermosísima, que alisaba con un peine de oro el abundante cabello suelto que le caía hasta la cintura: Era la xana del lago Noceda, un espíritu benigno de los lagos, los arroyos, los manantiales y las fuentes. Éste, al verla tan hermosa y frágil, se le acercó con la vil intención de hacerla prisionera y agregarla a su botín de guerra, ya bien nutrido de bellas jóvenes astures. Pero la bella xana huyó rápidamente de su lado, sin darle tiempo a pronunciar palabra. Carisio, cada vez más encendido de pasión ante tan misteriosa hermosura, la siguió durante algunos minutos sin lograr alcanzarla. Llegaron así hasta la misma orilla del lago Noceda y la xana --jadeante-- detuvo su carrera aparentemente extenuada por la fatiga. Carisio pudo entonces llegar hasta ella; la contempló extasiado unos instantes, se miró durante unos segundos en los espejos de sus verdes y transparentes ojos y --sin poder contener por más tiempo su desbordante deseo de poseerla y dominarla-- la estrechó apasionadamente entre sus brazos. La xana se dejó abrazar por un instante; pero luego, abandonando su falso papel pasivo, rodeó con sus brazos cristalinos el cuerpo del soldado con tal fuerza que lo dejó afixiado. Cuando hubo comprobado que sus pulmones mortales ya no respiraban, lo arrastró hacia el lago y lo arrojó en las frías aguas.
Inútiles fueron las posteriores búsquedas de los soldados romanos por los alrededores del improvisado campamento; nadie pudo nunca hallar el cuerpo del joven Carisio, fundido por siempre con las aguas profundas del lago Noceda. Desde entonces, la xana (u ondina) del lago lleva el nombre de Caricea (o Carisia).

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