Bienvenid@ a este bosque nebuloso. Disfruta de tu estancia.

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Corazonada


La noche anterior tuvo el presentimiento de que algo bueno le sucedería al día siguiente y consideró que lo más adecuado para recibir ese cambio sería madrugar para asistir a misa de 10:00 en la catedral y no por la misa en sí, sino para escuchar a Juan Alfonso, el canónigo organista . Le gustaba adivinar en que órgano estaría porque desde la ventanita de  encima de la puerta que daba acceso a cada órgano,  se podía ver la luz encendida,  a lo largo del rito iba alternado cada órgano, una vez pudo atravesar la puerta y subir las escaleras y se  maravilló ante el monstruo de tubos de todos los tamaños y teclados superpuestos.


Aquélla música la arrancaba del tiempo y el espacio para trasladarla a lugares sin imágenes, sin minutos ni segundos, tan sólo los sonidos del órgano en contacto con su ser. Siempre que paseaba por la catedral tenía la sensación de encontrarse en mitad de la calle, la base de las columnas era más alta que ella, Granada estaba repleta de callejas mucho más estrechas que los corredores de aquel templo, su vista vagaba por los relieves de piedra del techo, deambulaba por los símbolos de los reyes católicos que como una filigrana decoraban dinteles de puertas laterales, se detenía ante los inmensos libros de canto expuestos tras el altar mayor, observaba la convivencia del barroco, con el gótico y con el renacimiento mientras se dejaba acunar por aquellos sonidos divinos que envolvían todo el espacio.

Terminada la misa, y con más alegría interior aún, se encaminó a plaza Bibarambla, los tilos y olmos empezaban a reverdecer en aquella mañana perezosa de primavera, se sumió en sus pensamientos “seguro que la corazonada era que iba a encontrar un trabajo maravilloso, que le permitiría por fin iniciar su propia vida, lejos de las historias dantescas y grotescas que constituían su día a día a los dieciocho años”, se expuso a la vista de los transeúntes para maximizar su suerte, en un intento de   aumentar las posibilidades de una interacción, hasta que una voz masculina la arrancó de sus cavilaciones, pronunciando la frase mágica a sus espaldas:

-        ¿Te gustaría trabajar?, vamos a tomar un café y te cuento.

Sintió que el corazón se le iba a escapar por la boca de tanta emoción, casi tuvo que reprimir el “por fin” que luchaba por salir de su garganta.

 Sólo durante un milisegundo pensó que podía tratarse de una trampa, pero resultaba ridícula semejante idea en aquella mañana espléndida y en la plaza más céntrica de Granada, llena de extranjeros y padres de familia con sus niños  desayunando chocolate con churros en las terrazas, tras haber salido de misa. Además el propietario de la voz presentaba un aspecto nada inquietante, tendría unos treinta años, iba con traje elegante y su calva y panza invitaban a la concordia más que a cualquier otra cosa.

     Se sentaron en una de las terrazas de la plaza, siempre vedadas a ella por resultar excesivamente caras a su economía, y tras pedir sendos cafés el desconocido le contó que estaba de paso en la ciudad, que había venido a ojear un local en que montar una floristería y dejar a alguien a su frente, lo primero lo había logrado, lo segundo no. Ella escuchaba todo con ojos brillantes por la emoción, pletórica al ver cómo su presentimiento se materiazaba paso a paso, aguardaba con impaciencia el momento en que le dijera que era la persona adecuada para su negocio, y llegó tras unas preguntas sobre su edad, estado civil, disponibilidad para trabajar... inmediatamente aceptó,  dijo que era lo que llevaba esperando toda esa mañana dominguera, se sintió orgullosa de sí misma.

Entonces empezaron los “peros”, el desconocido soltó una larga parrafada:

-        El negocio me importa poco, lo realmente importante es que tendrás que cuidar de mi, estar pendiente de la llamada diaria que recibirás, y si algún día no se produce te tendrás que poner en contacto con mis abogados, porque con toda seguridad eso querrá decir... casi con toda seguridad, que estoy en la cárcel incomunicado, el día que me pesquen no me van a soltar tan fácil.  Realmente lo que necesito es alguien que me cubra las espaldas, verás que no es nada complicado lo que te ofrezco, ¿qué me dices ahora?.

-        ¡Qué no, que no quiero problemas!, respondió ella a la vez que daba gracias al cielo por encontrarse en un lugar público del que se podía ir en cualquier momento.

-        ¡Vaya!, - y  a eso le siguió una frase más propia de película de ganster que de realidad para una ciudad y plaza como aquellas- ¡ahora sabes demasiado!. Necesito una garantía de que no me vas a denunciar, puedes levantarte e irte, pero no está garantizado que llegues ilesa a la siguiente esquina, ya sabes lo desesperados que están los yonkees... puede ser que te atraquen, que te resistas y que te den alguna puñalada... ¡nunca estoy sólo y me basta un gesto!.

-        Entonces... ¿qué podemos hacer?, dijo Aurora con la voz sin salirle del cuerpo.

-        Veo que lo has comprendido, veo que eres una chica inteligente. Mira... yo dejo la ciudad esta tarde, hasta entonces tengo que estar seguro de que no avisarás a la policía para denunciarme, para eso te vendrás conmigo, te daré un kilo de hachis y poco antes de que yo me suba al avión me lo devolverás, así si en ese tiempo se te ocurre hacer algo será tu palabra contra la mía, pero quien tendrá la droga serás tú... piensa, además, que en la cárcel nadie se iba a extrañar de que una persona que ha sido detenida por tráfico de drogas se muera de una sobredosis... –dijo todo esto sin manifestar ninguna emoción, sin que un solo músculo de su cara sufriera alteración alguna-.

Ella reunió la poca fuerza que le quedaba para decir:

-        No voy a llamar a la policía, no voy a hacer nada... ¡por favor, deja que me largue!.

-        ¡Vete!. Yo no te ato, tan sólo me voy a quedar aquí para apostar si te atrancan en la primera esquina o en la segunda.

-        Está bien, ¿qué hacemos?.

-        Lo que te he dicho, iremos a un sitio, te daré la droga y me la devolverás antes de marcharme, luego ya no volverás a saber de mi.

Pagó los cafés y se encaminaron Zacatín arriba en dirección a Plaza Nueva, él le dijo que se tendrían que desplazar en coche. Aurora pensó que resultaba realmente arriesgado irse con un desconocido, que le podía llevar a cualquier sitio, hacer cualquier cosa , le pidió que fueran en taxi y él accedió. No entendió la dirección que aquel hombre le decía al taxista, tan sólo veía como se iban alejando del centro cada vez más, cómo llegaban hasta la carretera de Málaga, ya ni siquiera había casas, se preparó mentalmente para lo peor, pero no se atrevió a decir nada al taxista de lo que pasaba,  aunque en ese momento sabía que era  su única tabla de salvación... al menos quedaría como el testigo que la vio por última vez.

El individuo iba tan tranquilo, charlaba alegremente (ella no se enteraba de nada sólo imaginaba escenas terribles con el desconocido), en un momento dado sacó la cartera y le enseñó una placa de policía y el DNI, pero no leyó nada o si lo hizo no lo comprendió.

El taxi abandonó la vía doble de sentido único y se internó por un carril de tierra que salía a la derecha, pasaron de largo junto a un secadero de tabaco en cuya puerta había un grupo de chorizos y se detuvo unos doscientos metros más adelante frente a otro secadero de tabaco, él pagó la carrera y despidió al taxi, Aurora supo con más nitidez que nunca que el fin estaba muy cerca, el hombre la agarró del brazo y la empujó hacia dentro, el edificio carecía de  techo y las paredes apenas se sostenían, por todo suelo había un tapiz de  hierva fresca y pedruscos sueltos.

Situándose frente a ella sacó una pistola, le apuntó a la altura de la cintura y mirándola directamente a los ojos dijo:

-        ¿Qué prefieres ¿hacértelo conmigo o con todos los que has visto allí abajo?, elige. Si te resistes te meteremos en un bidón de cal viva y de ti no quedará ni el pelo. Pese a lo tenso de la situación la voz era pausada, la articulación lenta, nada que indicase nervios o excitación en su timbre.

Aurora sentía la garganta seca como en la peor de sus resacas, no podía tragar saliva porque no tenía, pensaba que la voz no saldría de su cuerpo, pero ni siquiera lloraba o temblaba, sólo deseaba que aquel infierno terminase cuanto antes. De pronto se sorprendió al escuchar una voz firme, dura, contundente... la suya propia:

-        Mira, si me quieres violar lo vas a hacer, tienes una pistola y yo no soy tan gilipollas como para resistirme... -en su mirada asomó todo el odio que cabe en unos ojos fijados en los de su secuestrador- pero mátame, mátame después porque te juro que te busco, te juro que dedicaré toda mi vida a encontrarte si no me pegas un tiro.

Se produjo un silencio tenso, el sonrió y respondió:

-        ¡Vámonos!, ahora sé que puedo confiar en ti, ahora sé que podría dejar mi vida en tus manos, ahora sé que no me traicionarías nunca porque no te has vendido, si hubieras follado conmigo por llevar pistola, para mi, serías una mierda... ¿quieres acostarte conmigo cómo tú te mereces, en un hotel?. Si me dices que no, lo entiendo, pero me encantaría hacerlo contigo.

Ella suspiró hondo, todo su cuerpo comenzó a temblar liberado de la tensión, una lágrima de alegría rodó por su mejilla, se le acercó y lo beso en la cara a la vez que le daba las gracias por no haberla tocado.

Caminaron de la mano entre descampados,  hasta encontrar las primeras casas, entraron a un bar y Aurora llamó a un amigo, después de pedir permiso a su raptor:

-        ¡Hola, Juan Antonio!, soy Aurora.  Te llamo para decirte que estoy bien, que estoy en un bar de la Chana, y colgó antes de darle tiempo a responder.

En el taxi de vuelta él le ofreció su casa de Marbella para lo que quisiera, trató de regalarle un reloj, intentó convencerla de que era la persona ideal para el negocio.

-        ¡No, por favor!, creo que ya he sufrido bastante por decirte que no la primera vez, no volvamos a eso, no empieces otra vez, ya está bien por hoy.

-        ¡Vale, vale! , pero que sepas que nunca encontraré a alguien como tú. ¿Dónde quieres que te deje el taxi?

-        En Plaza Nueva, por favor.

-       Aurora, antes de despedirnos, un consejo: nunca, nunca vuelvas a subirte en un coche con un desconocido, jamás abandones un sitio poblado, si te vuelve a pasar algo así pide ayuda antes de que sea tarde, esta vez has tenido suerte, la próxima puede que no. Tú y yo nos volveremos a ver, te lo prometo, pero ya no te molestaré nunca más, ¿quieres mi número de teléfono por si alguna vez necesitas algo?. ¡Cuídate reina!.

-       Sólo quiero llegar a mi casa y olvidar toda esta pesadilla, pero gracias de todos modos. ¡Adiós!.

El taxi había llegado a Plaza Nueva, dio un beso al desconocido, se bajó y descubrió que seguía haciendo un bonito día primaveral, acababa de volver a nacer. Por primera vez, en años , se alegró de regresar a casa, de ver a su madre, saludó como si nada hubiera pasado y se encaminó a la nevera a sacar unos huevos para freírlos con patatas... eran más de las tres de la tarde, ¿para qué contar nada?, total;  no la creería.

               Mientras el aceite crepitaba pensó que jamás se volvería a vestir de gala para recibir una corazonada.

Alicia Camacho

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