Bienvenid@ a este bosque nebuloso. Disfruta de tu estancia.

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martes, 27 de septiembre de 2011

LA ESPERA


-No ha empezado muy bien el día, ¿no, amigo?
-¿Es a mí? -Responde sorprendido un joven ejecutivo, vestido de traje, que miraba alternativamente su reloj y al fondo de la calle.
-Sí, sí. Que digo yo que vaya desastre, para usted, me refiero.

-¿Desastre?
-Claro, el autobús, ¡que ha pasado de largo sin parar!
-Ah, sí, a veces ocurre.
-Yo lo he sentido por usted, que parece tener prisa. A mí, como quien dice, me da igual. Sólo voy al centro a ver a mi hija, que acaba de salir del hospital...
-Perdone, es que tengo un poco de prisa -interrumpe visiblemente molesto el joven ejecutivo, cuya excusa había sonado fácil y mecánica, mientras se ajustaba la chaqueta por el frío, sin apartar ya la vista de la esquina de la calle por donde debía aparecer un nuevo autobús.
-Pero si no puede irse hasta que llegue el próximo -afirma sonriente y tranquilo, desde su asiento, el hombre mayor-. Estando aquí en la parada, no tenemos más que dejarlo llegar... Le decía que mi hija ha tenido una niña, es mi primera nieta, ¿sabe? Pero si he esperado 68 años, igual puedo quedarme sin verla una hora más.
-¿Va a tardar una hora en venir el próximo autobús? -Pregunta alarmado el joven, mirando por primera vez a su interlocutor.
-No hombre, no, es un decir; que ya tanto me da una hora que otra, ¿no me entiende? Mi hija no se va a ir de la casa y yo, como estoy jubilado, tampoco tengo que regresar para ir al trabajo; además, puedo quedarme a comer con mi hija, a veces prepara...
-Lo siento, pero es muy importante, debo consultar estos documentos -interrumpe nuevamente y abre su agenda, que es lo que encuentra más a mano en su maletín.
-Sí, sí, consulte usted, parece importante. Yo también me tomaba muy en serio mi trabajo. Yo era escayolista, ¿sabe usted?
El joven, viendo que no había manera, rebuscó entre los teléfonos el de alguna persona a la que poder llamar a las ocho de la mañana, sin que resultara extraño. Sacó su teléfono móvil y marcó un número. Se puso a hablar y el hombre mayor quedó en silencio, con la vista fija en los altos edificios de ventanas cerradas.


Miguel Castro

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