Bienvenid@ a este bosque nebuloso. Disfruta de tu estancia.

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viernes, 17 de febrero de 2012

BURBUJA

El niño se sentó en el banco de una de las esquinas del parque Dos Pinos, nombre que le debía a los dos grandes pinos que coronaban ese plácido y verde oasis en el centro de la contaminación urbana, y su ingenua y fantasiosa mente le trasladó a otro lugar, donde las flores florecían a principios de cada mes, y tintaban de color y hermosura un mundo oscuro y egoísta, donde el cielo seguía azul como el océano más puro, y las tempestades se evaporaban junto a la tristeza y la soledad, dejando tras de si un esperanzador brillo de alegría, amor, felicidad...

Era otro de sus viajes a ninguna parte, pues sabía de sobra que cuando volviera a la realidad, cuando abriera sus profundos y oscuros ojos grises, ojos de un soñador envuelto en la piel morena de un joven sin futuro, atrapado en la más oscura de las verdades, todo volviera a teñirse del color de la incerteza, de inseguridad, miedo y problemas.
Su sucia melena rubia acariciaba sus mejillas al son de la más bella de las sinfonías, acordes que penetraban en su pequeño corazón y lo hacían sentir cabalgando sobre los versos de los poemas más profundos y embriagadores. Su achatada nariz se quejaba del resfriado mal curado que arrastraba hacia ya algún tiempo, pero ese diminuto sonido no era capaz de apagar la llama que solo en aquellos momentos de ausencia era capaz de encender.
Su débil cuerpo no era más que la sombra de lo que antaño fue, un cuerpo de un dedicado y apasionado deportista que logró estar en la cima pero el mayor de los males, el tiempo, no lo dejó permanecer.
Paseaba con su delicada camisa roja, tejida a mano y con una perceptible dedicación por un grupo de ángeles que sobrevolaban los cielos junto a la fina brisa que recorría sus pantalones tejanos entallados, que hacía y deshacía a su antojo los nudos de sus negros y sofisticados zapatos, demostrando que algo tan simple podía ser el más divertido de los juegos, y entre una sonrisa y el destello del brillante rayo de sol, el niño se fundía sobre la hierba, formaba parte de la naturaleza, y por primera vez sus más profundos sentimientos veían la luz que alejaba la maldad de aquel paradisíaco lugar, y solo anhelaba que ese sueño alguna vez pudiera ser real.
La ingenuidad de ese niño quedaba reflejada en esa idílica fantasía imposible, y lo cierto es que tras navegar por los mares más secretos y dibujar las estrellas más hermosas el niño dejó de ser un niño, y volvió a ser aquel joven de veinte años que nunca creció, aquel joven que quedó atrapado en aquel fatídico muro infranqueable que se opuso a dejarlo seguir su camino.
Ese muro tenía la apariencia de una gran burbuja que le rodeaba y acompañaba haya donde fuera, así que aquella mañana, tras alimentar su ya dolorida alma con su último suspiro, decidió que era hora de dejar de luchar, y su frío cuerpo se acostó en aquel humilde banco, cerró los ojos, y el último grito del sol erizó su piel antes de desaparecer y dejar paso a un llanto desesperado que cubrió de oscuridad la soledad de aquel parque que ya nadie se molestaba en visitar, del que ya nadie se había vuelto a preocupar, del que ya nadie era capaz de admirar, pues todos teníamos dentro de nuestra vital coraza una persistente capa de frialdad.
En otras ocasiones, había sido capaz de arrollar esa burbuja con una potente dosis de coraje e ingenio, pero ante su sorpresa la vida le traía con sigo la peor de las desgracias, pues detrás de la abatida burbuja se encontraba una nueva, distinta y en ocasiones más compleja, y fueron tantas las batallas libradas que no sintió la menor señal que le avecinara una futura mejoría, y la decisión de abandonar y rendirse ante la injusticia que sus semejantes le habían impartido parecía la más sencilla de las soluciones.
Pero él no era un cobarde, y diciendo esto no quiero adelantar que se levantó y siguió luchando, ya que no lo hizo; pero lo cierto es que la última frase del párrafo anterior escondía un terrible error, y es que no había soluciones, no había posibilidad alguna de elegir ni siquiera entre dos caminos, solo una solución, la única solución, y si nos basamos en su significado más literal era el más contradictorio pues la única opción a la que atenerse era la de abandonar.

Así que, continuando con el breve final de nuestra historia, acurrucó su cuerpo de dos metros entre las limitadas esquinas que bordeaban el banco, cerró los ojos como he dicho antes, se arropó con sus propios brazos haciendo mella en la falta de afectividad que había rodeado los senderos de su breve vida, y dejó que su alma se marchitará como a la más bella de las rosas le ocurre en Otoño, y su cuerpo, inerte por aquel entonces, permaneció semanas allí, mostrando la impotencia de un joven de buen corazón, de un joven lleno de pureza y humildad, que fue devorado por la soberbia, el egoísmo y la falta de generosidad de sus semejantes, que fue devorado por el bien más preciado y a la vez más odioso creado por el hombre, el dinero, que fue devorado por la falta de moral y los pocos escrúpulos de aquellos de los que necesitaba su apoyo. Largas semanas de intenso frío, acompañado de la melodía de los truenos que arrastraban a su paso grandes tormentas, que escupían fuego en forma de gotas de lluvia que abrasaban aquel mundo de autodestrucción, de inconformidad, al que le faltaba realismo y ansiaba recuperar la belleza que años atrás, muchos años atrás, logró poseer. El mayor de los miedos no es el de perecer, no es el de temer a lo sobrenatural, no es el de temer a las historias de fantasmas, vampiros u hombre lobo creadas por el hombre.

El mayor de los miedos es el de perderse uno mismo, perder la esperanza de anhelar un sueño, perder el sentido de continuar esa lucha interna que nos persigue y no nos deja en paz, perder la seguridad de conseguir mejorar, y encontrarnos inmersos en aquella impenetrable burbuja que nos encierra en la más absoluta soledad, impotencia y fatalidad.

autor: Keko!

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