Bienvenid@ a este bosque nebuloso. Disfruta de tu estancia.

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lunes, 9 de abril de 2012

EL ARTE MORTIFERO

Era una noche muy calurosa, incluso en los trópicos. Vickery se estaba preparando un
combinado de ginebra cuando oyó el discreto golpe en la puerta de la habitación del hotel.
-¿Eres tú, Sarah? -murmuró.
Entró un hombre, rápida y silenciosamente, corriendo el pestillo de la puerta tras él.
-Soy Fenner -dijo-. El marido de Sarah. -Hizo una mueca a Vickery-. ¿Sorprendido,
verdad? Sarah también lo estuvo.
-Realmente, yo...

Vickery trató de levantarse.
-No se moleste -le dijo Fenner-. No se mueva de donde está.
Sin dejar de sonreír, sacó una enorme "Webley" del bolsillo de su chaqueta y apuntó al
estómago de Vickery.
-Un blanco inmóvil -observó Vickery-. No resulta muy deportivo, amigo mío.
-Miren quién habla de deportividad, después de lo que ha hecho con mi mujer. ¿El gran
cazador blanco, eh? Habitaciones contiguas en el hotel y todo... Habrá sido un interesante
safari.
Vickery suspiró.
-Supongo que no servirá de nada que lo niegue. Dispare, pues, y que lo ahorquen
después.
-Esto sí que no. No deseo que me ahorquen. Por consiguiente, no dispararé.
Sin dejar de apuntarle con la pistola, Fenner buscó algo en el bolsillo de la chaqueta y
extrajo de él una pequeña bolsa de cuero. La abrió con precaución y dejó caer un objeto
movedizo y de vivos colores a los pies de Vickery. Parecía un diminuto brazalete de coral,
pero estaba vivo.
-Será mejor que no se mueva -murmuró Fenner-. Sí, es una krait. La serpiente más
pequeña y mortífera que existe en el mundo, según me han contado.
-¡Espere, Fenner! Escúcheme...
El diminuto brazalete de coral se desenroscó de repente. Antes de que Vickery pudiera
apartarse, se lanzó contra él como un relámpago escarlata. Una y otra vez, la krait hundió
sus colmillos en la pierna derecha de Vickery, a través de la delgada tela de sus
pantalones.
Vickery profirió un gemido y cerró los ojos, sin intentar aplastar a la serpiente. De
pronto, ésta cesó en su ataque y volvió a enrollarse en el centro de la alfombra.
Fenner tragó saliva, se enjugó la frente y depositó la pistola sobre la mesa.
-Le dejo esto -dijo-. Tal vez quiera usarla. Me han dicho que en menos de diez
minutos...
Vickery se echó a reír.
-Fenner, ¡es usted un crédulo!
-¿Qué quiere decir?
-El nativo de un bazar le vende una inofensiva culebra cristal, y usted acepta su palabra
de que se trata de una krait. Como aceptó las explicaciones de una mujer celosa cuando
ésta le contó que ella y yo nos entendíamos. En realidad, amigo mío, estaba enojada
porque yo no quise saber nada de ella. -Vickery volvió a reírse-. Admito que mis palabras
no resultaban muy galantes, pero tiene usted derecho a saber la verdad.
-¿No esperará que me trague esto, verdad?
-Como usted guste. -Vickery agitó una mano-. ¡Oh, no se marche! Siéntese y charle un
rato conmigo. No va a ocurrir nada, como usted mismo podrá comprobar.
Y no ocurrió nada, exceptuando que Fenner tomó una copa y una breve charla le
convenció de que Vickery era tan inocente e inofensivo como la minúscula serpiente
enroscada sobre la alfombra.
Cuando se marchó, presentó rendidas excusas a Vickery por todo lo ocurrido. Enviaría
el equipaje de Sarah en el primer avión que saliese para Londres, y él pensaba seguirla
allí a la mañana siguiente.
Vickery le deseó un buen viaje.
-Llévese su pistola -dijo-. Y también la serpiente. No se moleste en meterla en la bolsa,
póngala en su bolsillo. A las serpientes les gusta el calor y el contacto con el cuerpo
humano.
Cuando Fenner salió para dirigirse a la habitación antes ocupada por su esposa,
Vickery siguió haciendo sus preparativos para acostarse. Su mente estaba llena de
cálculos matemáticos. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo se precisaba para que Sarah llegase
a Londres y él pudiese llamarla por teléfono? ¿Cuánto dinero había dicho ella que poseía
su esposo? Y cuánto tiempo necesitaría la krait para rebullir encolerizada en el bolsillo de
Fenner y morder sus carnes grasientas a través de la ropa?
La respuesta a esta última pregunta no tardó en llegar.
Vickery oyó los gritos del hombre a través del delgado tabique de la habitación
contigua, en el preciso instante en que él se sentaba en la cama y aflojaba las correas de
su pierna artificial.

Bloch, Robert

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